El 4 de junio de 2020 fallecía, víctima de la Covid-19, Antonio Rodríguez de las Heras, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y primer director de este Máster. En este espacio queremos ofrecerle el homenaje de quienes, profesores y alumnos, compartieron con él este proyecto. Su memoria quedará siempre entre nosotros.
Nos queda su palabra.
Carlos Wert
Antonio Rodríguez de las Heras cultivaba una imagen de viejo profesor, que escondía la mirada sobre el mundo de un joven, la insatisfacción con el presente, una visión radical y un ánimo utópico para afrontar lo que nos espera. Vivía mirando al futuro, consciente de la responsabilidad que tenemos de crearlo, de construirlo.
Conocía las insuficiencias de nuestro mundo y la necesidad de ponerles remedio. El reto de la educación era para él evitar que se convirtiera en lo que sofoca la creación de futuro. Por el contrario, debía proporcionar las armas para que cada joven pudiera imaginar un futuro salvador y ponerlo en práctica. “No hay otro remedio que lanzarse al futuro, es decir, al espacio, y que las siguientes generaciones jóvenes se salven”, nos decía (evocando a Superman enviado al espacio ante el fin de Krypton) cuando no hace ni tres años inauguraba como su primer director el Máster en innovación educativa Laboratorio de la Nueva Educación, del que fue alma y uno de sus inspiradores.
Se asomó al mundo digital antes que nadie entre nosotros, navegó entre máquinas y pantallas imaginando a dónde nos podría conducir la tecnología. En esa aventura cultivó todos los lenguajes: su palabra queda en libros y artículos, en blogs y periódicos, en los videos grabados en su continuo ir de acá para allá buscando el escenario que pedía una concreta reflexión, en sus charlas, en sus clases, en sus podcasts, en sus metáforas visuales de fotógrafo infatigable… para desembocar en estos últimos tiempos en una defensa cerrada de la oralidad en la que reconocía una esperanza de futuro.
Recuperar una oralidad fortalecida en el entorno digital y la capacidad narrativa de la palabra hablada se ha convertido en centro de su reflexión (y de su acción) reciente. Confiaba (como Giner de los Ríos) a la conversación y al arte de la narración la labor educativa que consideraba condición esencial para impulsar hacia la utopía. Parecía estar hablando de su propio discurso cuando escribía no hace mucho que para que la nueva oralidad despliegue toda su potencia “no es suficiente con la tecnología: se necesita el arte de la narración. Narrar es saber componer un discurso —por tanto, un continuo— con los arcos de las elipsis, con la adecuada dosificación de la incertidumbre, con las metáforas que iluminen imágenes interiores y no en la pantalla, y levantando escenarios para hacer memoria de lo que se escucha”.
Le recordaremos en permanente conversación: con sus alumnos, con sus colegas, con el mundo, con el futuro. Interrogar y escuchar, ahí está el secreto del nuevo poder de la voz, de la palabra hablada, permanente y ubicua en el entorno digital. Dialogar, razonar juntos para imaginar una vida posible y deseable y contribuir a crearla, en medio del ruido y la furia que pueblan el aire, esa es la esencia de la recuperación de la oralidad. Todas las variantes del diálogo hablado, mediado por la tecnología, constituían el método cuyas virtudes experimentaba en sus cursos y del que los alumnos de nuestro Máster han podido disfrutar.
Ha sido una suerte estar cerca los últimos años de este hombre bueno, discreto, cabal y entrañable. Disfrutar de su sonrisa de pícaro sin malicia. Gozar de su conversación, de su consejo, de su compañía de maestro sabio y colega animoso, tolerante y conciliador, en permanente y atenta escucha. Nos faltará su presencia insustituible: ya no podremos acudir a él para que nos ilumine con su visión y su talante. Pero aquí nos deja su búsqueda de la utopía, de la fuerza capaz de salvar a las siguientes generaciones. El impulso utópico de Antonio se queda entre nosotros. En su palabra, en su voz que (él nos enseñó a verlo) resuena ya en el aire para siempre.