Una situación tan excepcional como la que se está viviendo también ha puesto de manifiesto algunas de las carencias del sistema educativo.

Por ejemplo, la adaptabilidad de una parte del profesorado a unas condiciones de trabajo que cambian de improviso. En este sentido hay un cierto acuerdo en que se trata más en una cuestión de voluntad por parte del profesor que de la dificultad de acceso a conocimientos tecnológicos específicos. Y ello se manifiesta desde el centro donde siempre se va posponiendo el curso de competencias digitales “para más adelante”, hasta en el que arranca en septiembre un curso de formación específico de herramientas informáticas básicas y en marzo hay profesores que siguen aduciendo que “no consiguen adaptarse”.

Del mismo modo, la epidemia del COVID-19 también puso de manifiesto la dificultad -y la necesidad- de mantener también a distancia el contacto y la cohesión de los alumnos. En este sentido las condiciones socioeconómicas suelen ser determinantes y en una ocasión como esta los alumnos de familias que tienen contacto habitual con el centro, con padres que se implican en el desarrollo educativo de sus hijos, pasan de un sistema presencial a otro a distancia sin grandes problemas, salvo los lógicos derivados de la disponibilidad de red y de equipamiento informático.

“En nuestro instituto lo primero que tuvimos que hacer, a través de los tutores, fue conocer cuál era la situación de cada alumno y si disponía de posibilidad de conexión o no, porque a una parte de los alumnos hubo que hacerles llegar las tabletas del instituto para que estuvieran en contacto”, explica María del Cristo.

Asimismo, la situación vivida puso en primer plano la falta de sintonía existente entre los sistemas administrativo y educativo. Cuando en medio de la epidemia, y con el profesorado haciendo frente a una situación excepcional, se comenzó a hablar -y los medios de comunicación a recogerlo- de la posibilidad de dar este curso un aprobado general, a la mayor parte del profesorado se le vinieron abajo buena parte de las estrategias de motivación que habían puesto en marcha con sus alumnos.

En definitiva, la experiencia de los graduados del Máster Laboratorios de la Nueva Educación fue -como lo fue para el conjunto del profesorado y el alumnado español- exigente. Un proceso al que fue preciso dedicar mucho trabajo, pero, sobre todo, innovar y, por qué no, aprender. Aprender métodos, desarrollar habilidades, utilizar otros recursos. Una innovación y un aprendizaje que seguirán siendo necesarios en un futuro inmediato, dado el contexto -una epidemia- que vivimos.