La suspensión de las actividades presenciales en los colegios y universidades como consecuencia de la epidemia del COVID-19 ha alterado radicalmente el funcionamiento de la educación. “Esta situación imprevista”, dice Esther Catalina, profesora de Matemáticas de ESO y Bachillerato en un centro concertado de Madrid y que realizó el máster en el curso 2017/2018,”ha permitido aplicar muchas cosas que sabíamos, pero que antes no tuvimos ocasión de hacerlo y, además, ha servido para demostrar que la lección magistral no es el único método; existen otros igualmente válidos”.

Métodos que pasan por el empleo de recursos tecnológicos, de aplicaciones como las herramientas de Google, aplicaciones como Socrative o Kahoot, pero también métodos de aprendizaje por pares de alumnos, clases invertidas, vídeo etcétera.

Pero que en todos los casos son exigentes para los profesores y para los alumnos.

Para los primeros porque exige adaptación. “Los contenidos de mi asignatura que se condensaban en clases de 50 minutos”, explica María del Cristo Álvarez, “decidí concentrarlos en dos vídeos de 20 minutos, que, además, los alumnos ven con antelación a la clase, para así poder dedicar esta a discutir y aclarar dudas”.

Para Pablo García-Sánchez el problema estribaba también en que imparte una materia, como la Fisioterapia, dentro de los cursos denominados profesionalizantes, es decir que facultan para el ejercicio de una actividad donde la práctica es esencial. “La adaptación en nuestro caso exigía analizar todo el contenido y las prácticas, ver qué parte ya se había hecho a esa altura del curso y evaluarla, y del resto, qué se podía impartir online y qué no, y esto trasladarlo al curso siguiente”. De todas formas, aplicó metodologías de flipped classroom y de aprendizaje por pares con bastante eficacia, a su juicio.

Aunque muchos profesores ya tenían una cierta experiencia en el manejo de la tecnología educativa -sobre todo la relacionada con el seguimiento y evaluación continuada de los alumnos-, la crisis también ha sido un gran detonante para su actualización tecnológica en otros terrenos como el uso de los videos y las videoconferencias, las aplicaciones específicas de las asignaturas, los sistemas de gestión de clases (o LMS por sus siglas en inglés), las herramientas de gamificación.

“En mi caso”, explica Teresa Mateo, profesora de Didáctica de la Lengua en dos universidades madrileñas y que cursó la última edición del máster, “estoy aprovechando para ponerme al día en el uso de recursos, desde la generación de cuestionarios, con Google Forms, hasta la gestión de cursos con Moodle. Aprendo una cosa en un seminario online un día y al siguiente ya lo estoy aplicando”.

La situación y su doctorado en Neurociencia, llevó a Pablo García-Sánchez, al convencimiento de la utilidad de los cuestionarios previos para sus alumnos antes de abordar un tema concreto, que le permite saber de qué punto se parte y facilita “que sean ellos quienes construyan sus propios conocimientos”.

La suspensión de las clases fue exigente asimismo con los alumnos. “Inicialmente hubo un cierto optimismo por la novedad”, dice Teresa Mateo, “y los alumnos decían que trabajando online estaban mucho más concentrados. Pero esa fase se pasó y comenzaron a aparecer los problemas del deterioro de la atención, las interrupciones domésticas y la necesidad de la mayor autorregulación que exige la enseñanza no presencial”.

Con alumnos más jóvenes, Esther Catalina alternó plataformas y aplicaciones con el fin de mantener su atención. “Utilicé, por ejemplo, aplicaciones como Socrative, que permiten plantear problemas y ver el tiempo que tardan en responder, con lo cual, algunas veces que lo utilicé se lo tomaban como una competición y eso les motivaba”.

En definitiva, la necesidad de adaptarse a una situación imprevista como la epidemia de COVID-19 obligó a los profesores a una cosa que siempre está en la teoría, pero no siempre en la práctica: situar al alumno en el centro de la actividad docente. “Esta situación me ha permitido conectar más con las necesidades reales de los alumnos”, dice Teresa Mateo. “en la distancia ellos me expresan más veces las dudas que les surgen y, por mi parte, eso me obliga a explicar más los temas”.